Ni tus zapatillas, ni tus camisas.
Tampoco tu mochila, tus jeans, menos lo que tengan tus bolsillos.
Pueden ser dos pelusas, o tres. Van a darme igual.
Puede que me guste tu sonrisa, pero solo si sé que es señal de que sos feliz.
Porque tampoco va a importarme el color de tus ojos, lo que me gusta de ellos es que reflejan lo que llevas adentro.
Dejá de estresarte corazón, que lo que me importa no es tu exterior.
Dejá de pensar que bailar bien, tener uno o dos centímetros más de altura o unas orejas más normales te harían mejor para mí.
Porque para mí te convertiste en lo mejor el día que me devolviste las ganas de sonreír.
Te juro que el mundo era gris y caíste vos con lapices de colores. Y no me dejaste rendirme al dolor que sentía.
Ni tu cara, ni tu cuerpo, ni lo que tengas o no tengas. Lo que te vuelve diferente es lo que sos.
Lo que sos conmigo, todo lo que haces por mí con o sin intención.
Y ya sé que te va a parecer poco, pero a veces una sonrisa genuina vale más que cualquier cosa en este mundo.
Hacía rato que yo no sonreía genuinamente. Ni me divertía, ni disfrutaba de las cosas chiquitas del mundo.
Tenía todo roto adentro, y ahora siento que de a poco cada parte vuelve a su lugar.
Me armaste otra vez. Me seguís armando todos los días.
Dejá de sentirte menos. Dejá de pensar que me voy a ir en cuanto alguien mejor aparezca.
Me ayudaste a levantarme, ¿cómo se te ocurre pensar que me voy a querer ir con otro a disfrutar del sentirme mejor?
Te mereces todo lo bueno que pueda darte, porque te quedaste cuando todo era bastante malo.
Gracias.
Gracias por atajarme cada vez que derrapo.
Gracias por darme la estructura que me falta.
Por ordenarme un poco en el quilombo que soy y recordarme que puedo y que merezco ser feliz.
Gracias porque me pones los pies en la tierra cuando todo es un desastre.
Porque me recordás que la gente buena todavía existe.
Gracias porque me recordaste que el amor es algo lindo que vale la pena vivir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario