viernes, 29 de diciembre de 2017
lunes, 25 de diciembre de 2017
Abrír los ojos y encontrar los suyos es de mis cosas favoritas en el mundo. Nos fuimos un fin de semana al medio de la nada, y resultó que era perfecto porque yo sólo necesitaba una cosa y era a él.
Es raro como las cosas suceden, como llegan, como transcurren. Es raro como siempre llego tarde a todas conclusiones sencillas que no debería ni plantearme, pero si no la hago difícil no sería yo, ¿no? Nos abrazamos con el atardecer a nuestra espalda y tuve que hacer un esfuerzo enorme para retener una pregunta imbécil que hubiera sido inútil hacerle.
La respuesta no la sabe él, ni yo, ni nadie, porque tal respuesta simplemente no existe, es incierta.
Pero da tanto miedo.
Quizá también por eso retuve en mí la pregunta. Me da miedo la respuesta. Me da miedo que no sea la que espero.
La llevé al fondo de mi garganta, y lo abracé tan fuerte como puedo. Tan fuerte como me lo permiten mis brazos, pero que nunca es suficiente. Nunca es suficiente, siempre siento que lo quiero tener todavía más cerca, más apretado, más juntos.
El miedo constante que tengo es equivalente a lo feliz que me siento. Y me hace tener ganas de llorar a cada rato. Pero es un llanto extraño, es esa mezcla de sentimientos hermosos y horribles a la vez. Es ser tan feliz que no lo puedo creer, tan feliz que desborda, tan feliz que da miedo. Da miedo que todo se venga abajo y esa felicidad desaparezca. Que él desaparezca, y me quede sola otra vez. Por eso ni el abrazo más fuerte es suficiente, porque por más de que nos quedaramos pegados, no podría hacer callar esa voz que me grita a cada rato que todo se puede arruinar en un segundo.
Este fin de semana me di cuenta que lo amo mucho más de lo que soy capaz de poner en palabras. Más de lo que soy capaz de demostrar.
Me di cuenta que haría lo que sea por verlo feliz, y que también lo defendería de lo que sea que intentara hacerle mal. Incluso de mi misma. Lo cuidaría hasta de mí, y eso es más de lo que nunca pensé que llegaría a sentir.
Lo amo y no entiendo porqué me costó tanto darme cuenta.
Ojalá la respuesta nunca llegue.
O mejor todavía,
ojalá nunca más tenga la necesidad de hacer la pregunta.
Es raro como las cosas suceden, como llegan, como transcurren. Es raro como siempre llego tarde a todas conclusiones sencillas que no debería ni plantearme, pero si no la hago difícil no sería yo, ¿no? Nos abrazamos con el atardecer a nuestra espalda y tuve que hacer un esfuerzo enorme para retener una pregunta imbécil que hubiera sido inútil hacerle.
La respuesta no la sabe él, ni yo, ni nadie, porque tal respuesta simplemente no existe, es incierta.
Pero da tanto miedo.
Quizá también por eso retuve en mí la pregunta. Me da miedo la respuesta. Me da miedo que no sea la que espero.
La llevé al fondo de mi garganta, y lo abracé tan fuerte como puedo. Tan fuerte como me lo permiten mis brazos, pero que nunca es suficiente. Nunca es suficiente, siempre siento que lo quiero tener todavía más cerca, más apretado, más juntos.
El miedo constante que tengo es equivalente a lo feliz que me siento. Y me hace tener ganas de llorar a cada rato. Pero es un llanto extraño, es esa mezcla de sentimientos hermosos y horribles a la vez. Es ser tan feliz que no lo puedo creer, tan feliz que desborda, tan feliz que da miedo. Da miedo que todo se venga abajo y esa felicidad desaparezca. Que él desaparezca, y me quede sola otra vez. Por eso ni el abrazo más fuerte es suficiente, porque por más de que nos quedaramos pegados, no podría hacer callar esa voz que me grita a cada rato que todo se puede arruinar en un segundo.
Este fin de semana me di cuenta que lo amo mucho más de lo que soy capaz de poner en palabras. Más de lo que soy capaz de demostrar.
Me di cuenta que haría lo que sea por verlo feliz, y que también lo defendería de lo que sea que intentara hacerle mal. Incluso de mi misma. Lo cuidaría hasta de mí, y eso es más de lo que nunca pensé que llegaría a sentir.
Lo amo y no entiendo porqué me costó tanto darme cuenta.
Ojalá la respuesta nunca llegue.
O mejor todavía,
ojalá nunca más tenga la necesidad de hacer la pregunta.
domingo, 17 de diciembre de 2017
de amores
Hay amores fuego, amores tierra, amores aire, amores agua. Hay amores interminables aunque terminen. Hay amores que nunca empiezan aunque nunca lleguen a su fin.
Tuve muchos, y algunos dolieron. Tuve de esos aire volados que van y vienen, que no van a ningún lugar, con los que nunca se sabe, pero con los que te sentís libre. También tuve su contrario, con esos amores tierra que te ponen los pies en la tierra y te obligan a caminar, a reaccionar, a madurar. Pero que te encierran en su constancia. Es curioso, la tierra siempre me pareció aburrida. Quizá por su forma tan lisa y constante. Sin altibajos, sin cambios. Sin emociones fuertes.
Pero de todos, los peores fueron fuego. Es inquietante como siempre obedecen (y obedezco) a un mismo patrón. El fuego es calidez, es energía, es diversión, es intensidad pero si te acercas demasiado, te podes quemar. Tengo marcas por todo el cuerpo de esas quemaduras que deja el amor. La piel chamuscada es señal de que efectivamente me arriesgué a la montaña rusa de esos amores que te arrastran sin rumbo a todo eso que te puede destruir. Yo pensaba que eran los únicos, que no existía algo más hermoso y feroz. Que los amores para ser increíbles, tenían que ser destructivos. Que la destrucción total era el precio que pagabas por sentirte tan única previamente.
Entonces conocí un amor agua. Antes pensaba que era como la tierra, lo que lo volvía aburrido. Pero resulta que se parece más al fuego de lo que creía. Sufren de la misma intensidad, pero de forma distinta. Y digo sufren por que esos amores son tan sensibles que parece que solo conocen eso: sufrimiento. La diferencia es que mientras el fuego quema, el agua limpia. Sana, revitaliza. Y su único peligro es que posiblemente te deje sin oxígeno por querer cubrirte completo, por querer salvarte entero. Nunca pensé que alguien pudiera quererme más de lo que me quiero a mi misma, pero me equivoqué. Nunca pensé que alguien sería capaz de destruirse a si mismo con tal de mantenerme completa.
Supongo que todos somos el fuego de alguien, y el agua de algún otro. Todos alguna vez fuimos aire y pasamos solo una vez para traer vientos de cambio. Tal vez también fuimos tierra y dimos esa cacheta a tiempo que te vuelve a la realidad. Tal vez no solo somos algo, no siempre somos lo mismo, no siempre sentimos igual ni actuamos en consecuencia. Seguro somos dependiendo quien tenemos en frente.
Tuve muchos, y algunos dolieron. Tuve de esos aire volados que van y vienen, que no van a ningún lugar, con los que nunca se sabe, pero con los que te sentís libre. También tuve su contrario, con esos amores tierra que te ponen los pies en la tierra y te obligan a caminar, a reaccionar, a madurar. Pero que te encierran en su constancia. Es curioso, la tierra siempre me pareció aburrida. Quizá por su forma tan lisa y constante. Sin altibajos, sin cambios. Sin emociones fuertes.
Pero de todos, los peores fueron fuego. Es inquietante como siempre obedecen (y obedezco) a un mismo patrón. El fuego es calidez, es energía, es diversión, es intensidad pero si te acercas demasiado, te podes quemar. Tengo marcas por todo el cuerpo de esas quemaduras que deja el amor. La piel chamuscada es señal de que efectivamente me arriesgué a la montaña rusa de esos amores que te arrastran sin rumbo a todo eso que te puede destruir. Yo pensaba que eran los únicos, que no existía algo más hermoso y feroz. Que los amores para ser increíbles, tenían que ser destructivos. Que la destrucción total era el precio que pagabas por sentirte tan única previamente.
Entonces conocí un amor agua. Antes pensaba que era como la tierra, lo que lo volvía aburrido. Pero resulta que se parece más al fuego de lo que creía. Sufren de la misma intensidad, pero de forma distinta. Y digo sufren por que esos amores son tan sensibles que parece que solo conocen eso: sufrimiento. La diferencia es que mientras el fuego quema, el agua limpia. Sana, revitaliza. Y su único peligro es que posiblemente te deje sin oxígeno por querer cubrirte completo, por querer salvarte entero. Nunca pensé que alguien pudiera quererme más de lo que me quiero a mi misma, pero me equivoqué. Nunca pensé que alguien sería capaz de destruirse a si mismo con tal de mantenerme completa.
Supongo que todos somos el fuego de alguien, y el agua de algún otro. Todos alguna vez fuimos aire y pasamos solo una vez para traer vientos de cambio. Tal vez también fuimos tierra y dimos esa cacheta a tiempo que te vuelve a la realidad. Tal vez no solo somos algo, no siempre somos lo mismo, no siempre sentimos igual ni actuamos en consecuencia. Seguro somos dependiendo quien tenemos en frente.
jueves, 7 de diciembre de 2017
Draco
Ni tus zapatillas, ni tus camisas.
Tampoco tu mochila, tus jeans, menos lo que tengan tus bolsillos.
Pueden ser dos pelusas, o tres. Van a darme igual.
Puede que me guste tu sonrisa, pero solo si sé que es señal de que sos feliz.
Porque tampoco va a importarme el color de tus ojos, lo que me gusta de ellos es que reflejan lo que llevas adentro.
Dejá de estresarte corazón, que lo que me importa no es tu exterior.
Dejá de pensar que bailar bien, tener uno o dos centímetros más de altura o unas orejas más normales te harían mejor para mí.
Porque para mí te convertiste en lo mejor el día que me devolviste las ganas de sonreír.
Te juro que el mundo era gris y caíste vos con lapices de colores. Y no me dejaste rendirme al dolor que sentía.
Ni tu cara, ni tu cuerpo, ni lo que tengas o no tengas. Lo que te vuelve diferente es lo que sos.
Lo que sos conmigo, todo lo que haces por mí con o sin intención.
Y ya sé que te va a parecer poco, pero a veces una sonrisa genuina vale más que cualquier cosa en este mundo.
Hacía rato que yo no sonreía genuinamente. Ni me divertía, ni disfrutaba de las cosas chiquitas del mundo.
Tenía todo roto adentro, y ahora siento que de a poco cada parte vuelve a su lugar.
Me armaste otra vez. Me seguís armando todos los días.
Dejá de sentirte menos. Dejá de pensar que me voy a ir en cuanto alguien mejor aparezca.
Me ayudaste a levantarme, ¿cómo se te ocurre pensar que me voy a querer ir con otro a disfrutar del sentirme mejor?
Te mereces todo lo bueno que pueda darte, porque te quedaste cuando todo era bastante malo.
Gracias.
Gracias por atajarme cada vez que derrapo.
Gracias por darme la estructura que me falta.
Por ordenarme un poco en el quilombo que soy y recordarme que puedo y que merezco ser feliz.
Gracias porque me pones los pies en la tierra cuando todo es un desastre.
Porque me recordás que la gente buena todavía existe.
Gracias porque me recordaste que el amor es algo lindo que vale la pena vivir.
Tampoco tu mochila, tus jeans, menos lo que tengan tus bolsillos.
Pueden ser dos pelusas, o tres. Van a darme igual.
Puede que me guste tu sonrisa, pero solo si sé que es señal de que sos feliz.
Porque tampoco va a importarme el color de tus ojos, lo que me gusta de ellos es que reflejan lo que llevas adentro.
Dejá de estresarte corazón, que lo que me importa no es tu exterior.
Dejá de pensar que bailar bien, tener uno o dos centímetros más de altura o unas orejas más normales te harían mejor para mí.
Porque para mí te convertiste en lo mejor el día que me devolviste las ganas de sonreír.
Te juro que el mundo era gris y caíste vos con lapices de colores. Y no me dejaste rendirme al dolor que sentía.
Ni tu cara, ni tu cuerpo, ni lo que tengas o no tengas. Lo que te vuelve diferente es lo que sos.
Lo que sos conmigo, todo lo que haces por mí con o sin intención.
Y ya sé que te va a parecer poco, pero a veces una sonrisa genuina vale más que cualquier cosa en este mundo.
Hacía rato que yo no sonreía genuinamente. Ni me divertía, ni disfrutaba de las cosas chiquitas del mundo.
Tenía todo roto adentro, y ahora siento que de a poco cada parte vuelve a su lugar.
Me armaste otra vez. Me seguís armando todos los días.
Dejá de sentirte menos. Dejá de pensar que me voy a ir en cuanto alguien mejor aparezca.
Me ayudaste a levantarme, ¿cómo se te ocurre pensar que me voy a querer ir con otro a disfrutar del sentirme mejor?
Te mereces todo lo bueno que pueda darte, porque te quedaste cuando todo era bastante malo.
Gracias.
Gracias por atajarme cada vez que derrapo.
Gracias por darme la estructura que me falta.
Por ordenarme un poco en el quilombo que soy y recordarme que puedo y que merezco ser feliz.
Gracias porque me pones los pies en la tierra cuando todo es un desastre.
Porque me recordás que la gente buena todavía existe.
Gracias porque me recordaste que el amor es algo lindo que vale la pena vivir.
martes, 5 de diciembre de 2017
domingo, 3 de diciembre de 2017
Extraterrestre
Me considero una
persona versátil. ¿Está bien dicho? A cualquier lugar que voy, logro adaptarme. Tengo una increíble (por no decir despreciable) capacidad para adaptarme a todo. Al lugar, a las personas, a las circunstancias. Soy flexible, y bailo al ritmo que suene en ese momento. Me acomodo, le busco la vuelta. No me cuesta ni un poquito.
Poder adaptarme a cualquier lugar es también una forma de no pertenecer a ninguno de ellos. Toda la vida sentí que no encajo, que soy la pieza perdida de algún rompecabezas que nadie reclamó. Y a mi alrededor, la gente que me quiere, no deja de remarcarme lo hermoso de lo diferente que me siento (y que soy). Lo hermoso de que nunca se sabe para donde voy a arrancar. Y con sus palabras y el brillo de sus ojos al hablar así de mí, un poco me sanan. Sanan esa sensación de estar perdida constantemente. Porque si aprendí a adaptarme es justamente porque nunca sé para donde voy. Pero igual voy, y en el medio si no me adapto, me pierdo aún más.
Toda la vida me dolió no pertenecer. No parecerme a nadie, no encontrar una persona, un grupo, alguien por el que pueda decir "es como yo".
Hace unas semanas mi mamá me dijo extraterrestre. Por mucho tiempo me sentí así. Y no es que ahora haya dejado de sentirlo, sino que ya no me parece algo tan negativo.
"Con Jaqueline nunca se sabe" dice siempre, también. Quizá porque ni yo misma sé. Dejé de intentar entenderme hace años. Y hace años también que empecé a aceptarme así. Flotando sin rumbo.
"Sos muy libre para este mundo, hija" me dijo un día cuando llorando le decía que me sentía fuera del universo. Tenía 14 años, y entendí que quizá ella tenía razón, y nunca iba a sentirme parte. Y no tenía porqué ser algo malo.
De vez en cuando sigo sufriendo un poco decir blanco cuando todos gritan negro, pero la mayoría del tiempo disfruto de mirar todo de lejos y sonreír por poder ver la vida desde otra perspectiva. Esta perspectiva que me permite estar en todos lados por un rato (y solo por un rato) porque enseguida necesito salir volando para otro lugar. Porque me gusta flotar. Y conocer. Y andar sin rumbo, adaptándome a la circunstancias, a los miedos, a la vida misma.
No encajo. ¿Y qué? creo que es mejor así. Sin estructuras. Sin casillas.
Que sabia mi mamá, siempre supo que no era de este mundo, y siempre me amó sin importarle lo diferentes que somos. Porque el amor debe ser eso.
Por eso la debo amar tanto a pesar de sus estructuras y casillas.
Por eso me deben gustar tanto las personas con estructuras y casillas. Me recuerdan que no pertenezco a este mundo, pero que hay personas en él que me aman a pesar de no ser como ellos.
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