
Despertarte en la casa del chico que amas después de haber cenado con sus papás la noche anterior me parecía irrealizable. Bañarme, desayunar y compartir cosas cotidianas, utópico. Nunca había llegado al punto de compartir el día a día con alguien (con lo lindo que es). Pensé que para cuando llegara a ese punto, ya iba a estar aburrida, monótona, con ganas de volar para otro lado. Y aunque me lo hubieran explicado, no habría entendido. Porque siempre es mejor vivirlo, y descubrir que lo cotidiano, la rutina, eso que haces sin darte cuenta repetidamente, es una de las cosas mas lindas para compartir. La confianza, la comodidad, el entendimiento. Poder estar despeinada y recién levantada, y que no lo importe. Verlo en bóxer, con medias y pantuflas mientras te prepara el mate. Saber que no importa, que esa simpleza de todos los días es ideal con la persona adecuada.
Nunca pensé que se disfrutaba tanto de la cotidianidad. Nunca creí que la estabilidad era lo mío. Creo que sólo necesitaba conocer a Pablo y darme cuenta que la normalidad es lo único que anhelo para nosotros.
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