Si no pongo un freno a mi mente, no estoy en presente
mi cuerpo no siente, estoy como ausente
¿Qué voy a hacer conmigo? Si no pongo un freno, voy a enloquecer. Quizá solo sea el fin de año, quizá sean las ganas de estar descansando de todo este cúmulo de emociones que fue el 2022. Que año, mamá. Parecía que venía siendo tranquilo y terminó arrollándome con tanta fuerza que no me reconozco. Me hizo papilla, ya no existo, no me encuentro. ¿Todo es cansancio? Si digo que no le estoy viendo salida al pozo, ¿solo estoy cansada o es algo más? ¿Es este sentir momentáneo o tengo que aceptar que quizá el estar cansada no es la verdadera razón?
No me siento bien. Tengo semanas buenas y otras de terror, y sé que en el fondo todo se llama igual y todo responde a lo mismo, pero ¿es justo echarle todo el bardo a mi amiga que empieza con A? Ya no quiero nombrarla más porque no quiero que exista nunca más en mí. Si tan solo pudiera desarticular los mecanismos de defensa que mi mente creó y sentirme un poco más libre, o al menos sin tener las manos atadas, sin movimiento.
No me siento libre, porque no lo soy. Me siento cada día más presa de una enfermedad que no parece tener solución aparente. ¿No se soluciona? ¿Para siempre así va a sentirse estar en mi piel? Porque entonces ya no me está gustando. Habitar mi piel se volvió tan difícil que todo el cansancio que siento no tiene tanto que ver con la etapa del año sino con que me esfuerzo un montonazo cada día para que esto no me suceda. Y a cambio solo logro apaciguar un poco los síntomas, que el resto del mundo me vea bien mientras yo adentro me rompo en pedazos.
Llevo un parásito dentro que se alimenta de cada una de mis inseguridades, pero sin hacerlas desaparecer. Se alimenta y eso lo vuelve (y las vuelve) más grandes. Entonces cualquier risa lejana de esas personas que están cerca se vuelven leña para el fuego, y alimenta ese miedo constante a que se estén riendo de mí. De lo que soy, de lo que tengo puesto, de como pienso o como hablo. De como me muevo, de las decisiones que tomo, de toda mi persona completa.
Miedo a que quienes me aman un día dejen de querer cargar con el peso de soportarme. Tan inestable, tan sensible, tan pero tan triste como me siento.
A veces puedo sin embargo concentrarme en aquellas cosas bonitas que me suceden. En esa chica en el almacén que fue amable y me sonrío al pasar. En ese compa de laburo que me ayudó con algo que no podía resolver. En mi amor abrazándome fuerte, jurando que nada cambió. En mis amigas prometiendo que todo algún día mejora. ¿Mejorará?
No es que no tenga cosas para ser feliz, así que eso lo vuelve peor. ¿Todo esto lindo tengo y aún así me siento tan mal? Aún así, porque la realidad no es lo que pasa realmente sino lo que nosotros recibimos de eso, lo que interpretamos... y mis interpretaciones logran dejarme tirada hecha un ovillito sin querer salir de casa. Sin querer ver a nadie porque todos me pueden lastimar, sin querer aprender cosas nuevas porque me puedo equivocar, sin arriesgar en lo más mínimo porque tengo tanto miedo que me siento paralizada. ¿Qué es lo que le pasa a mi cerebro que me siento tan incapacitada de sentir felicidad?
Me están pasando tantas cosas tan lindas por las que tendría que estar tan feliz que me siento culpable de sentirme destrozada. Me culpo por no poder ser feliz, por siempre estar previendo lo peor, por poner el foco en lo que me lastima. ¿Por qué? ¿Por qué tiene que pasarme? La más silenciosa y mordaz, la que me deja con la lengua amordazada, sin poder hablar. La que me deja sin aire y con temblores. La que a veces no me deja levantarme de la cama por que el cuerpo, los pensamientos, la vida, todo
me pesa.
me pesa.
Maldita, A.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario