sábado, 10 de septiembre de 2022

vomito verbal nocturno

    Estaba estudiando pero me dieron unas ganas muy grandes de escribir como lo hacía antes, por pura diversión, por pasar el rato, para archivar un nuevo casi libro que jamás verá unos ojos que no sean los míos. Uf, que poeta. 

    Ultimamente me siento tan cómoda conmigo misma que ya casi no tengo quejas que venir a poner en este espacio que siempre fue mi mayor descarga de frustrasiones. En algún tiempo creí que siendo feliz ya no podía ser creativa, que nada profundo llegaba, y después de mucho andar creo que al fín comprendo. 

    Innegable es que conocí las profundidades de la pérdida, el dolor, el vacío y la tristeza. Llegué profundo, más de lo que hubiera deseado. Y aún no puedo deducir cual fue exactamente el evento que me empujó al pozo cuando en realidad creo que fue una constante caída libre. Golpe duro, como cuando la espalda se encuentra por fín con el suelo húmedo y los pulpones expulsan hacia afuera todo el aire. Sonido seco. Recuerdo haberme hecho un bollito y llorado largas y amargas noches. Me dolía esa amiga, me dolía la adolesencia, me dolía sentirme sola estando rodeada de gente. Siempre me sentí sola. Lloré por lo perdido y por lo anhelado, lo que algún día, capaz, en una de esas... Y fue una seguidilla dura eh, sentí como me pegaban de todos lados y como todo era demasiado para alguien de 19 años. Faaaa amigo, 19 años. Era tan pequeña para haber lidiado con tanto. 

   Pero gracia' a lo que sea que nos puso en este lugar una ley universal del tiempo es que nada dura para siempre. Ni lo bueno, ni lo malo. Y con el mundo girando sin detenerse eventualmente el sol salió cada día y yo arrastré los pies con mis manos para no detenerme, quedarme, estancarme. La profundidad me había regalado la inmensidad que solo proporciona el conocimiento: ahora lo sabía, sabía lo profundo del dolor. Lo complejo de la pérdida. Lo crudo del vacío y la soledad. Aún hoy lo sé. Cuando estuviste ahí es imposible olvidarte de la marca que te dejó. (Para bien y para mal). 

    Lo que siguió fue el renaser y con él la nueva batalla: ¿y quien mierda se supone que soy? No soy la que era antes de la tristeza. Tampoco soy mi tristeza, ni las heridas que ella me hizo. ¿Qué, cómo, quién soy? Es gracioso como la respuesta estaba tan cerca que no podía verla con claridad. Y me costó dos años más de deambular perdida entender que se necesita un coraje muy grande para enfrentar lo que soy. Por que claro, toda aquella tristeza había calado tan hondo que me había mostrado una a una todas mis miserias. Todas esas partes a donde no llega el reflector, esas que escondo, las que no me gustan. No quise, y me enredé en pensar que podía recrear un papel sobre quien era yo. Uno que se basó principalente en gustar(les) a todxs. Yo sólo quería dejar de sentirme tan sola. Y como encontré dolor también encontré amor. Y compañerismo. Amistades que aún hoy conservo con mucho cariño. Y otras que se fueron en algún momento (y eso estuvo bien). 

    Empecé a ser "feliz". Tenía lo que había anhelado en mis días de profunda tristeza. Tenía un grupo grande de amigos que veía cada fin de semana. Tenía una relación con un chico lindo y bueno. Me recibía de la carrera que había estudiado por 5 años. Tenía el pelo siempre perfectamente planchado. Tenía plata para comprarme ropa y salir todo lo que se me antojara. Lo tenía todo y no tenía nada por que las cortinas de humo en realidad no se pueden tocar. Creía que escribir sobre ser feliz era imposible para mi por que cada vez que lo intentaba, la inspiración jamás llegaba. Leía mis escritos sobre amor a mi novio, o lo feliz que era de estudiar lo que estudiaba, o sobre mis proyectos y no se me movía un pelo. Era como leer una descripción nutricional del paquete de galletitas: chato, vacío, de reluciente plástico. Le faltaba algo y no me daba cuenta qué: le faltaba profundidad. 

    Hoy pienso a mi felicidad como un estado que desconozco completamente y descubro a cada paso. Existen profundidades en ser feliz que aún no se presentaron ante mí. 

    Finalmente me conocí y me gusté. Dando un giro 180 con mis proyectos de vida, dedicandome a lo que iba a ser sólo un hobby. Descubriendo pasiones que no sabía que tenía, cayendo en cuenta de lo real, tangible que puede ser todo. Las sensaciones en la piel, los sabores en la garganta. Lo placentero y lo que no tanto. Sin planificarlo para que les guste a los demás. Dejando que llegue lo que me apetece a mí. Solo a mí. Sin juzgar tales con los ojos de a quienes les caigo mal. Y entonces lo supe: nunca pude escribir sobre felicidad porque no conocía sus matices, sus colores, su profundidad. Hoy no hay nada que anhele en el frío espacio de mi habitación con la luz apagada porque todo lo convierto en metas sobre el escritorio bien iluminado. La ropa que me pongo me hace sentir fuerte y hermosa. El corte de pelo que tengo explora y expresa mi esencia. Por fín todo concuerda con lo que soy, con lo que siento adentro que realmente vibra conmigo. Por una vez y para siempre me conocí en todo explendor. Con lo hondo de la tristeza, con lo brillante de la alegría. Con mis partes bonitas y relucientes, y con el contrapeso de ello. Con todo. 


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