lunes, 27 de noviembre de 2017

Fin de semana. 
El fin de algo.
Y el comienzo de algo nuevo.

  Porque la vida es un ciclo, y la mayoría de las veces que algo termina da lugar a que algo nuevo comience. Como ese 23 de septiembre que todo terminó y se llevó una parte de mí con él, una parte que ya no me servía ni gustaba.
  Claro está que cambios tan grandes no se dan en un día. Tampoco en dos. No es cosa de un fín de semana. Quizá es cosas de meses y meses de proceso. De día a día ir formulando mejor esa idea que te está dando vueltas. Pero lo que es cierto es que un día te despertás y todo se materializa. Ese día, no fue el día que todo llegó a su fín, sino el día en el que te diste cuenta que hacía rato que las cosas habían terminado.
  Y para empezar es lo mismo, para arreglar, para aceptar, para perdonar. Para enamorarse. Nada sucede en un solo día, pero si existe ese glorioso día en qué te das cuenta, te cae la ficha y ya no hay vuelta atrás.
  Fin de semana, comienzo de vacaciones, alegría hermosa.
  Sol. Pileta. Amigos. Volver a ser los de antes, y recuperar el grupo hermoso que eramos y que creía que había desaparecido.
  Cama. Tele. Chocolate. Amor. Dormirme abrazada, despertarme con un beso. Sentir su respiración en mi nuca.
   Este fin de semana me devolvió todo lo que pensé que había perdido este año. La sonrisa, y la felicidad. O capaz no, capaz es algo que fue volviendo de a poco desde ese día que puse fín a todo lo que me hacía mal, y en este finde se hizo visible.
  Soy feliz. Así, sin peros. Sin vueltas. Sin culpas.
  Soy feliz y lo quiero gritar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario