domingo, 28 de julio de 2019

Mis peores fantasmas


  Siempre me gustaron los mediocres. Siempre me gustaron y hasta llegué a enamorarme de algunos de ellos. Los presumidos, distantes, egocéntricos, estúpidos, ineptos y vacíos. Me gustaba que siempre me hacían reír y sentir importante. O eso creía porque al día de hoy si vuelvo a escuchar algunas de los chistes que “me hacían reír” seguro me indignaría. En su mayoría eran mala gente, puede que exista algún que otro espécimen que medianamente safe, pero la verdad es que lo dudo bastante. Todos en mayor o menor medida eran malos. Eran malos conmigo pero por sobre todo (y esta es la parte que más vergüenza me da admitir) eran muy malos con el resto de las personas. Tenían actitudes agresivas con personas que no los habían dañado en lo más mínimo. Y recuerdo como yo, en presencia de esos “chistes” agresivos, me quedaba callada con una sensación incómoda adentro. Me reía, no decía nada, y lo tomaba como algo inofensivo y divertido. Lo tomaba como un rasgo que me gustaba. La verdad es que con bastante más agua pasada por debajo del puente me doy cuenta que hoy en día no podría simplemente callar y reír como sumisa. Simplemente porque la incomodidad que sentía en aquel momento, y a la que no le prestaba atención, se trataba justamente del darme cuenta que eso no estaba bien. Pero quien estaba haciendo el chiste me gustaba, y no quería parecer una pesada, ni llevarle la contra. Ni tampoco quería que alguno de mis comentarios llevara la vista hacía mí, y los chistes comenzaran a hacerse sobre mi persona. Porque sí, a veces lo que decía que me gustaba, lo que “me hacía reir” eran chistes sobre mí que me dolían. Y que prefería tomar así, a chiste, para no tomar dimensión de lo mal que me hacían sentir. Sobre mi cuerpo, sobre mi pelo, sobre mi nariz, sobre lo que llevaba puesto o el lugar que estaba trabajando. Si, hasta me sentí humillada por trabajar en determinado lugar. La adolescencia es mucho más dura de lo que parece, y creo que no se le da la importancia y el cuidado necesario. Yo trabajaba en Mc Donald's y a uno de mis ex eso le parecía muy gracioso. Y yo sonreía con él y decía “cállate, tarado” para no largarme a llorar ni admitir que me estaba lastimando. Porque parte del orgullo que siempre llevé puesto tiene que ver con nunca demostrarme herida. 
   Yo acostumbraba salir con gente que no me quería y que no me cuidaba. Pero hasta creo que no es que me lo hacían a mí y con maldad, en realidad creo que ellos simplemente son así, desconsiderados por naturaleza y simplemente no se dan cuenta del daño que pueden llegar a causar. Otro de mis ¿exs? (no sé si puedo llamarlo así porque no fuimos novios a pesar de que tuvimos una relación por casi año y medio) pero era él el que hacía chistes sobre mi apariencia. Siempre tenía alguna crítica. El pelo, las cejas, la boca, la nariz, hasta la ropa. Siempre en tono de chiste y de risa. Me llamaba “fea”, “horrible”, “aborto de mono”, “mono subdesarrollado”. Y yo comencé a llamarlo de esas formas también, porque tomarlo a chiste y creer que esa era nuestra forma de entendernos y relacionarnos era más sencillo que decirle por favor no me digas así porque me lastima.
  Ser adolescente es difícil y a veces lastima. A veces nos sentimos intimidados por alguien hasta menor que nosotros. Nos sentimos sin defensas ni forma de contra atacar. Porque aunque quiera, solo sé hacer daño sin querer. Porque en mi casa mis papás me enseñaron a ser buena con todos sin importar y porque siempre fui media boluda para el rencor (me dura poco y es escaso).
  Yo salía con gente que me hizo creer que yo era el problema. Que me dejaban por estar “loca de celos” o “demasiado insegura” cuando durante mucho tiempo diciendo estar conmigo, estaban con muchas otras más. Y justo en esta parte no quiero que se malinterprete, yo sí era celosa y sí era insegura, y por mucho tiempo también creí que eso era mi culpa, que era yo la que había arruinado esas relaciones. Durante mucho tiempo me dije para mí  “capaz si no lo hubiera asfixiado tanto, si hubiera controlado mis celos...” pero después de mucho entendí que yo no era así de insegura antes de conocerlos, sino todo lo contrario. Caí en la cuenta de que todo había empezado con sus comentarios hirientes, con sus “chistes” comparándome con otras chicas, con sus mentiras y conmigo aguantando todo hasta explotar.
  Yo también debo haber tenido mis errores, estoy segura. Con 16, 17, 18 años es imposible no tenerlos. Yo nunca me había enamorado hasta los huesos y cuando se hace algo por primera vez, inevitablemente se falla. Pero mi error fundamental, y a esto va esta carta tan larga, fue creer que la falla era yo. Que yo era la que no servía, que sólo me enamoraba de chicos malos porque los chicos malos son divertidos y a mí me gustaba que me “hicieran reír”. ERROR. Si el chiste te cuesta parte de tu autoestima y dignidad, no es chiste: es maldad. No vale la pena callar lo que nos duele por el orgullo de no mostrarte herido, no vale la pena reír por compromiso para encajar, no vale la pena porque terminas creyendo que sos como ellos, un mediocre, cuando sos mucho más.
   Me costó años de sufrimiento, y solo acabé convirtiéndome en ellos. Me lastimaron tanto que empecé a tomar su postura y comportamiento. Me volví mentirosa y escurridiza, nunca nadie volvió a enamorarme porque ahora era yo la que se escapaba y escondía. Y terminé tan sumida en la nada que mucho tiempo después me di cuenta que estaba vacía. Y cuando quise retornar no encontré el camino de vuelta y todo se volvió peor que oscuro. Me sentí perdida en mi misma. Me sentí igual de mediocre y mala persona que ellos. Y me odié.
  Y me costó todavía muchos años más volver a mirarme con cariño. Me costó muchísimo volver a creer que valgo algo, y que merezco que me quieran. Porque bajo mi razonamiento y haciendo lo que ellos hacían, yo era mala y no merecía que alguien bueno me quiera. Sólo merecía personas malas, como yo.
  A esos lugares te lleva callarte las heridas. Te lleva a creer que no vales nada, que mereces sólo eso que ellos te hicieron creer que podes alcanzar. Y es mentira.

   Lo que más me gustó de Draco fue que nos riamos juntos a carcajadas de vídeos muy tontos de Internet como el del chabón cantando “tequila”. Reírme de chistes internos que tenemos entre los dos sobre alguna anécdota. Lo que más me gusta es reírme sin que nadie salga lastimado. Ni yo, ni él, ni un tercero, ni nadie, ni nada. Me gusta que no haga chistes sobre los temas que para mí son serios y me indignan. Me gusta que me pregunte todos los días como me fue en el trabajo sin hacer chistes sobre lo que hago o no hago. Me gusta que no le de vergüenza llevarme de la mano sino todo lo contrario. Me gusta que todos los días me diga que estoy linda, que me cuando se refiere a mí siempre lo haga con palabras dulces como “mi amor”. Que no se sume a criticarme cuando yo misma lo hago y digo cosas como que estoy más fea que nunca. Me gusta que me consuele y haga sentir mejor. Porque la verdad es que sólo me interesa ser la más linda del mundo para él, y aunque crea que Taylor Swift es más linda que yo es muy considerado de su parte no decirlo sólo porque sabe que me lastimaría.
   Me gusta que no nos gritemos nunca, ni estando enojados. Que jamás nos hayamos puteado. Que nos respetemos y cuidemos aún en los peores momentos. Me gusta que nos entendamos.
    Pero por sobre todas las cosas y espero poder cerrar la idea en estas últimas líneas, lo que más me gusta, lo que más disfruto y lo que más en paz me hace sentir es que es una excelente persona. Que no le haría daño ni a una mosca, que todos cuando lo conocen dicen “que bueno es Jero”. Porque se le nota a 3 mil km. Y me encanta, me fascina, me vuelve loca haberme enamorado hasta los huesos de alguien así. De alguien que me da amor puro y sano, y no solo no me daña, sino que se dedica a sanar todo lo que otros dañaron.
  Me cuesta, sigo aprendiendo, estoy en el camino todavía… pero me tocó el mejor compañero que puede existir.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario