Eres escondite. Abres los brazos y todo parece ir bien ahí.
MILUGARSEGURO
Hoy sonreí de la manera que lo hacemos casi todos ante un primer amor. Tímida, nerviosa, emocionada y un tanto patética. Y lo hice con los ojos, porque mi boca estaba pegada a otra.
Cerré la puerta de casa y seguí sonriéndole al piso. Entré en mi pieza y me tiré en la cama, aplastando mi todavía tonta sonrisa contra las almohadas, disfrutando del instante. El instante perfecto en el que te das cuenta que sos feliz, y lo demás poco importa. Sin ponerle interés a que fueron tan solo 25 minutos de una visita improvisada, porque bastaron, alcanzaron para que lo demás se acomodara.
Quiero para toda la vida la sensación de adolescente quinciañera enamorada que quiere estar en una cama dándose besos por horas. La sensación de nervios en la panza cuando suena el timbre y sé quién espera en la puerta para que le abra. La ansiedad del pasillo interminable que me deja arreglarme una vez más el pelo o la ropa, para estar linda. Linda para alguien. Esperando escuchar que hoy estoy hermosa. Y que me importe más que él lo piense antes que estarlo realmente.
Quiero para siempre este amor tan a la antigua, con pensamientos y libertades modernas. Este amor tan único y especial. Y aunque peque de soberbia, podría asegurar que no nos parecemos a ninguno en el mundo, que el nuestro es tan extravagante que mejor guardarlo en las cuatro pareces de mi habitación, bajo el acolchado de mi cama. Mejor guardarlo porque la gente tiende a querer destruir aquello que se sale del molde. Mejor guardarlo para siempre y para nosotros dos, porque al fin y al cabo, no necesita más que de nosotros para seguir vivo.
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