Siempre estuve semidespierta. Como cuando sos consciente de tu alrededor, pero en realidad no podés (o no querés) despertar. Es difícil de explicar, pero sencillo de comprender. Los mundos, sus realidades y sucesos se mezclan, y ambos parecen reales. Y a la vez ninguno lo es. O sí, uno de ellos si lo es. Pero, ¿cual? ¿cual es la realidad y cual el sueño? o peor... la pesadilla.
De un lado estaban las suaves caricias que quieren curar el dolor. La respiración firme y constante, y el amor incondicional. Y del otro... el desastre. El quilombo, el dolor, la oscuridad que llama y atrae. Esa que puede absorberte en un instante. Que te consume, te arrastra, te tira, te golpea y te revuelca.
Cuando no sabes cual de los dos es real, y estás en ese limbo sin saber a donde ir. Cuando los fantasmas viejos y oxidados vuelven a abrazarte, elegí abrir los ojos. Yo elegí abrir los ojos y encontrarme con los suyos.
No podrían entender porqué lo amo ni en un millón de años, porque sólo yo puedo sentirlo. Sólo yo sé lo que fue estar en ese limbo tanto tiempo, rodeada por mi propia oscuridad. Sólo yo sé lo que es ver los ojos de Jero y sentirme a salvo otra vez.
No, el quilombo no volvió. Ya no me rodea la oscuridad. No estoy en el limbo.
Fue sólo una pesadilla. Una de esas recurrentes que van a acompañarme para siempre.
Ojalá también sean para siempre las caricias que logran despertarme y hacerme ver que no todo está tan mal.
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