Puede que el dolor nunca me abandone.
Puede que siga llorando todas las noches por mucho más tiempo del que me gustaría.
Puede que todo permanezca igual de mal por años.
Pero ayer, todo fue tan diferente que no puedo evitar querer escribir sobre ello con todas mis fuerzas. Poner el palabras los sentimiento tan complejos que tengo adentro. Tan contradictorios, tan intensos.
Estoy triste, desde hace mucho, y la verdad es que me di cuenta que por más momentos felices existan en mi vida, eso sigue firme ahí, siempre diciendo que se va a quedar por mucho tiempo más. Aunque no me gusta la idea de acostumbrarme a vivir para siempre con un sentimiento tan feo, ya no lucho con la idea de que es real. Que realmente está ahí. Porque negarlo, no lo hace desaparecer, sino que lo vuelve cada vez más profundo, y solo dándole bola y aceptándolo puedo hacerlo más llevadero.
Ayer.
Ayer Pablo cumplió 22.
Ayer su casa se llenó de amigos, familia, y buena energía. Se llenó de alegría, de festejo, de ganas de ser felices. Todos.
Y a mi se me ocurrió pensar que tal vez la causa de toda mi tristeza es que me aferro a aquello que la provoca.
Pablo, el anterior a que todo pasara, ya es historia. No existe, no está y puede que nunca vuelva. Porque aún si el día de mañana vuelve a recuperar todo eso que perdió, no va a ser el mismo nunca más. Porque nunca vuelve quien se fue, aunque vuelva. ¿Y sabes qué? Ayer, viendo a este nuevo Pablo, tan feliz, tan único, tan lleno de vida, me replanteé si no soy yo la que le está pifiando.
Y si, creo que la que patinó fui yo.
Entendí que tengo que vivir mi perdida lo mejor que pueda. Llorar a él que se fue, vaciarme de toda la mierda, las expectativas, la ansiedad, el enojo contra el mundo y renacer.
Renacer mejor. Dándome cuenta que quizá eso que yo quería compartir con él, nunca llegue. Que tenga que seguir mi vida sin saber lo que hubiera sido tener un novio como él. Tal vez nunca lleguemos a ser lo que tanto quiero... pero qué con eso? Tendré que llorarlo hasta aceptarlo. Hasta que acepte de una vez por todas que es algo que no puedo cambiar ni controlar. Que es algo que escapa a mis manos, algo contra lo que no puedo luchar. Porque eso significa aferrarme a algo que ya no existe. Porque eso significa dármela en la pera cada vez que caigo en la cuenta que ese Pablo que tanto extraño, nunca va a volver.
Pero a pesar de eso (y esta es la parte linda), nada me impide disfrutar de la felicidad en la cara de este nuevo Pablo que crece día a día un poco más. Y acompañarlo. Ser eso, compañeros, compinches, codo a codo. Y seguir con mi vida, aunque eso signifique olvidarme del viejo Pablo y de las ganas que tengo de que esté conmigo. Soltando lo que tanto dolor me causa, y viviendo libre de deseos, libre de expectativas, libre de todo. Solo sintiendo el hoy.
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