lunes, 17 de abril de 2017

ay amor

  Estoy teniendo unas ganas (tan grandes como mi amor por él) de escribir lo que siento cada vez que lo veo sonreír.
  Hoy había tenido un día malo, choto, de esos que se van al tacho. Arrancó mi ciclo lectivo, cursé hasta las 14, no pude dormir siesta porque tenía que ir al médico y, lo que logró colmar todo, cuando le dije que lo extrañaba y quería verlo, resultó que nuestros horarios no coincidían.
  Mal día. Mal humor. Cara de orto.
  Me estaba por sentar en la mesa del comedor de mi casa a leer esos apuntes de historia que estoy esquivando hace tanto, cuando me llega un mensaje. El mensaje que arregló el mal humor de todo un día. Ja, que cursi. 
  Estaba viniendo para casa.
  Me abrazó fuerte cuando cruzó la puerta. Y cuando estuvimos adentro. Y cada cinco minutos después de eso. Él también había tenido un mal día. No sé porqué, pero se le notaba. Ambos, caiduchos, medio rotos, y de mal humor, nos abrazamos una y otra vez. Pusimos música, me hice un té y me tiré en la cama a tomarlo mientras él dibujaba. El té se me enfrió entre las manos porque me colgué mirandolo dibujar. Me colgué en como sonreía, y me dí cuenta. En ese mísero instante, todo había pasado a ser un mal día, a ser un perfecto día.. Verlo sonreír podía arreglar un mal día. Verlo (aunque tuviera cara de culo) arreglaba un mal día. Pero, si a demás de estar ahí al lado mío, sonreía, todo era mejor. Y ni te cuento si la causante de la sonrisa soy yo. Ja! otra vez la cursileriada.
  Verlo sonreír es magia, lo juro que nunca ví nada igual. Y provoca tanto en mí que es difícil de describir. Pero resulta que es ideal: un lunes de abril, frío, con lluvia, sin siesta y con mal humor, se convierte en magia en un instante con una sonrisa. Con su sonrisa.


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