martes, 3 de julio de 2018

Si estamos juntos no existe el dolor

  Noche de viernes. Emoción pre octavos de final del Mundial 2018. (Si todos esos que hicieron una cola de cuadra para comprar la picada para el partido hubieran sabido que quedábamos afuera, ja) pero dicen que con el diario de ayer es fácil, y no se equivocan ¿no? Cuando sabes que es lo que va a pasar, cuando las posibilidades se vuelven una certeza parece más fácil elegir. Aunque siempre ya es tarde. Ya elegiste, mucho antes, para bien o para mal, pero ya está hecho.
  Noche de viernes. Cumpleaños del amor de mis amores. (¿un poco cursi para mi estilo? puede ser, pero no puedo evitar decirle así cuando es quien hizo un antes y después entre los demás amores y el presente.) Uff, otra vez me distraje con los paréntesis. Retomo: cumpleaños del amor de mis amores. Quería hacerlo sentir la persona más feliz del universo, dedicarle todo el día para hacer lo que quisiera, lo que tuviera ganas, cualquier cosa que se le ocurriera. O lo que hacemos siempre, pero con un toque de día especial.
  Y parece mentira pero la mimada del día fui yo. Como si supiera. Como si tuviera la bola mágica que le dijera que ese día iba a necesitar de eso. Como si realmente él tuviera el diario de ayer.
   Me cocinó algo rico (muy rico) que me encanta. Llegué a las tres de la tarde después de cursar y me estaba esperando con la comida lista. Almorzamos. Hizo café y me compartió del chocolate que yo le había regalado. Dormimos siesta. Me abrazó fuerte toda la tarde.
   La tarde nos alcanzó y tuvimos que salir al mundo real a hacer mandados. Más precisamente ir a comprar esa picada que al día siguiente no íbamos a comer producto del mal trago de un partido perdido. Hacía frío, las cuadras se hacían largas, yo ponía mi mejor cara y mi mayor esfuerzo. Había sido una mañana difícil, pero muchas antes también lo habían sido. Por ende, nada que no pudiera esperar hasta el día siguiente, hasta la semana siguiente, hasta la vida que viene. Hasta que tuviera ganas de hacerme cargo de la decepción que me había sorprendido esa mañana. ¿Está mal? Si, ya lo sé, pero es que cuando el dolor fue moneda corriente por mucho tiempo, y en el presente la felicidad está ahí, cerquita, al alcance de la mano pero a la vez tan frágil al menor rasguño, créanme que lo que menos querés es arruinar un buen día por algo que no tiene aparente solución.
  Cordón de vereda. Gente que pasa, corre, camina. Van apurados. No nos notan. No notan que lloro. O sí, y no les interesa. Un abrazo tranquilizador. El tiempo se detiene un ratito. Nada importa más que ese instante. El dolor se transforma. El poder con el que tienen esos brazos indicados que te rodean y te sostienen.
  Era su cumpleaños, y yo me robé toda la atención. Me mimó, me consoló y hasta me compró un regalo para que no estuviera triste. Desde que lo conozco carga con mi dolor sin quejarse (pese a que ama hacerlo. Hablo de quejarse). Desde que estamos juntos todo mi dolor se transforma en fuerza, en amor, en felicidad. Desde que está en mi vida todo dejó de ser desolador, y la esperanza de algo mejor se instala un poco más todos los días.
  Por eso no me resulta demasiado decirle amor de amores, porque en realidad hasta eso le queda corto. Toda la vida me queda corta para agradecerle ser tan increíble, tan incondicional, tan amor puro que me llena y no le deja lugar al dolor.

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