Me duele mucho el corazón.
Hace cerca de dos días hay una iniciativa en twitter que se llama "#cuentalo". La idea es visibilizar todos los casos de violencia contra la mujer que existieron y existen.
Entré a leer esas historias, entre a leer a esas mujeres, sus miedos y sus traumas. En un principio me encontré con todos esos casos conocidos por lo medios, los extremos, los que erizan la piel y estrujan el alma. Todos esos casos de las que ya no están, las que no tienen voz, y por las que empezó esta iniciativa. Pero después empecé a toparme con casos no tan extremos, más naturalizados, más tapados pero no menos importantes. Y caí en la cuenta de que si haces un poquito de memoria, si te animas a ver un poquito el pasado, todas tenemos algo que contar. Que ninguna se salva, que todas sufrimos por un sistema que nos oprime solo por haber nacido mujer.
Me acordé de cuando tenía 12 años y un hombre que podría ser mi abuelo me gritó en la calle. De como yo no entendía a que se refería, si todavía jugaba con muñecas. Me acuerdo de los comentarios que hacían mi mamá y mi abuela, de que era chica pero ya tenia el cuerpo desarrollado. De que era linda, que era casi inevitable que eso me pasara.
Siendo más grande me acuerdo como mi primer novio (de 14 años igual que yo) casi se va a las piñas porque otros chicos que pasaban me dijeron cosas. De la impotencia que él sintió por no poder defenderme, de lo culpable que me sentí.
Me acordé de la vez que en la parada de micro de mi casa un hombre de unos 30 años empieza a decirme cosas al oído sobre lo que le gustaría hacerme. D como me sentí paralizada, tanto que ni siquiera pude moverme, menos contarlo. Tenía 18 años, y me culpé. No quise volver a ponerme ese short blanco. No pude olvidarme de su cara, ni del tono de su voz.
Me acordé de todas esas veces en boliches en los que me tocaron el culo, me levantaron la pollera o el vestido, me gritaron cosas o simplemente me persiguieron por todo el lugar a pesar de mis reiterados "no". O esa vez en la que en un boliche, un chico con el que estaba me dio de tomar reiteradas veces vodka para luego intentar convencerme de subir a la barra a bailar. O como todos mis compañeros me insistieron para que quedara en corpiño en el escenario de otro boliche para poder ganar un concurso estúpido en el ultimo año de colegio.
Algunas veces me negué. Otras me paralicé, lo pasé por alto, naturalicé las cosas que me hacían sufrir en algún punto. Lloré noches enteras pensando que era mi culpa que ningún chico quisiera ser mi novio, porque yo salía todos los fin de semanas, porque era mi culpa que no pudieran "confiar" y dejar de lado los celos y el control.
Me acordé y me dolió en lo más profundo de mi ser haberme dado cuenta recién hoy de que era el sistema en el que vivimos el que me hacía sufrir. Hoy con 22 años lo puedo ver, puedo entender que nunca fue mi culpa. Que simplemente no tuve la suerte de nacer hombre. Hoy puedo ver porqué mi mamá insistía en ir a buscarme a todas partes y no me dejaba tomar taxis o remises. Porqué insistía tanto en que cualquier bebida que tomara fuera abierta ante mis ojos, que no tomara de cualquier vaso ni aceptara lo que desconocidos me ofrecían. Ella sentía el miedo que ahora siento yo, y que no voy a dejar que me paralice nunca más.
Por las que no están. Por las que no tienen voz. Y también por las que quedamos. Las que estamos, las que sufrimos, las que vamos a luchar para ninguna más tenga que sufrir solo por el hecho ser mujer.
Arriba el feminismo que va a vencer.
lunes, 30 de abril de 2018
jueves, 12 de abril de 2018
Alice
Caigo.
Todavía no entiendo bien porqué o hacia donde.
Todo está oscuro, y aunque debería sentir miedo, una extraña calma me invade. Pero no estoy segura de que se trata del tipo de calma que te hace permanecer tranquilo. Parece más un silencio ahogado, obligado. No grito ni entro en pánico, tan solo observo mientras me hundo. Es un hueco que parece no tener fín. Caigo. Caigo. Continuo cayendo.
Me da miedo llegar al fondo, y a la vez lo ansío. Me hace sentir mal el intermedio, el tiempo de espera hasta que lo peor llega. Porque sé que va a llegar, tarde o temprano el duro fondo se va a hacer presente. Siento nauseas, estoy mareada, y donde debería existir enojo solo encuentro tristeza. Es extraño como se siente.
Yo creía estar en tierra firme, o quizá nunca fue así realmente, quizá siempre fue una sensación. Sensación de firmeza. Supongo que es lo que me gano por permitirle a alguien que me sostenga. El suelo parecía estar bajo mis pies hasta que esas manos me soltaron. Me empujaron. O simplemente en un acto de torpeza resbalaron de las mías. Si, creo recordar que así fue. Una imprudencia, una estupidez, un accidente. Un detalle que me ahuecó el corazón y dejó a la deriva en esta oscuridad.
Donde debería haber enojo solo hay cansancio. Comienzo a sentir el cansancio en mis sienes. En mis piernas. En mi alma. Estoy cansada de caer, de siempre caer pero nunca llegar a tocar fondo.
Supongo que un poco es mi culpa, por ser de las que lucha. Siempre que puedo intento aferrarme a las raíces, intento agarrarlas, sostenerme, no hundirme. Pero esta vez todo me resulta demasiado superador.
Donde debería haber enojo, hay decepción. Y cuando lo comprendo, la distancia se acorta y el fondo del pozo me golpea. Ya no tengo a donde ir, ni a donde volver. ¿Seré capaz de volver y ser la misma algún día? No dejo de sentir que este pozo al igual que la decepción, son un camino de ida.
No quiero que el cansancio me gane. No quiero aceptar la derrota. No quiero permitir que los pequeños detalles dañen el suelo bajo mis pies. No quiero un día despertar y tener que irme de ese lugar que amo sólo porque ya no es lo que era. Ya no es mi lugar.
Todavía no entiendo bien porqué o hacia donde.
Todo está oscuro, y aunque debería sentir miedo, una extraña calma me invade. Pero no estoy segura de que se trata del tipo de calma que te hace permanecer tranquilo. Parece más un silencio ahogado, obligado. No grito ni entro en pánico, tan solo observo mientras me hundo. Es un hueco que parece no tener fín. Caigo. Caigo. Continuo cayendo.
Me da miedo llegar al fondo, y a la vez lo ansío. Me hace sentir mal el intermedio, el tiempo de espera hasta que lo peor llega. Porque sé que va a llegar, tarde o temprano el duro fondo se va a hacer presente. Siento nauseas, estoy mareada, y donde debería existir enojo solo encuentro tristeza. Es extraño como se siente.
Yo creía estar en tierra firme, o quizá nunca fue así realmente, quizá siempre fue una sensación. Sensación de firmeza. Supongo que es lo que me gano por permitirle a alguien que me sostenga. El suelo parecía estar bajo mis pies hasta que esas manos me soltaron. Me empujaron. O simplemente en un acto de torpeza resbalaron de las mías. Si, creo recordar que así fue. Una imprudencia, una estupidez, un accidente. Un detalle que me ahuecó el corazón y dejó a la deriva en esta oscuridad.
Donde debería haber enojo solo hay cansancio. Comienzo a sentir el cansancio en mis sienes. En mis piernas. En mi alma. Estoy cansada de caer, de siempre caer pero nunca llegar a tocar fondo.
Supongo que un poco es mi culpa, por ser de las que lucha. Siempre que puedo intento aferrarme a las raíces, intento agarrarlas, sostenerme, no hundirme. Pero esta vez todo me resulta demasiado superador.
Donde debería haber enojo, hay decepción. Y cuando lo comprendo, la distancia se acorta y el fondo del pozo me golpea. Ya no tengo a donde ir, ni a donde volver. ¿Seré capaz de volver y ser la misma algún día? No dejo de sentir que este pozo al igual que la decepción, son un camino de ida.
martes, 10 de abril de 2018
El mundo entero se da vuelta a mirar cuando pasás. Entrás en una habitación y siento como de repente toda la atención está puesta en mi mano izquierda. En quién la sostiene. Y vos no te das cuenta de lo que provocás. Y yo tampoco me doy cuenta de lo increíble que es que alguien así sostiene mi mano. Mientras veo como todos te miran, vos me estás mirando a mí. No importa donde. Ni cómo. Ni cuando.
Y puede que vos nunca caigas en la cuenta de lo increíble que sos, no sólo para mí, sino para todos los que te conocen. Pero lo bueno es que yo sí me di cuenta.
Me di cuanta que es idiota mirar cómo te miran. Estoy perdiendo el tiempo. Tiempo que puedo emplear mirandote. A vos. A mi. A nosotros mientras nos miran los demás. Mientras vos me mirás.
Nunca me voy a cansar de mirarte y disfrutar de ese instante en el que las demás miradas (y el mundo entero) desaparecen.
martes, 3 de abril de 2018
Tengo miedo que haya un día sin mañana
Como caminar con un globo en la mano y los ojos vendados por un laverinto de cactus. Como intentar correr llevando copas de cristal con las manos llenas de jabón. Como querer arreglar un reloj delicado siendo mecánico de autos. Así de frágil te siento. Así de torpe me considero. Es tan difícil que todos los días hago un esfuerzo enorme, porque realmente sé que vale la pena reducir mis torpezas al menor porcentaje posible. Porque si me dejara ser la mayoría de las veces terminaría sintiéndome fatal. Ah no, pará.. eso pasa a cada rato.
Es como si fuera una carrera en la que te estás manteniendo enfocado, totalmente concentrado, y la cosa más tonta te hace tropezar. Un par te cordones desatados, una rama, una piedrita insignificante que tiró abajo no sólo tu cuerpo, sino todo ese esfuerzo. Todo a la basura, la carrera ya la perdiste y todo lo anterior se siente... en vano.
Me esfuerzo porque normalmente no me doy cuenta de las cosas más obvias, porque muchas (por no decir todas) las veces necesito que me digan qué está pasando. Qué está mal. Que se siente pesado. Que estoy haciendo para cagarla. Porque la cago, eso no tiene discusión pero nunca es con verdadera intención. Vivo tan al revés. Voy siempre tan a la contraria que supongo que muchas veces no sé como funcionan los demás. Y cuando algo sale mal, intento comprender, ponerme en otros zapatos. Y termino cagandola peor. Debería cerrar la boca.
¿Vieron que siempre estoy, permanezco, termino sola? Es triste darme cuenta que quizá sea porque no sé funcionar con alguien más. Es tal vez simplemente que me acostumbré tanto a ser solo yo que incluir a un otro puede traer daños colaterales. Daños que no quiero causar. Daños que causa todo ese tiempo que no tuve que pensar en nadie más que en mí. Es que a eso te lleva un corazón roto muchas veces: pensar solo en vos.
Pasé por tanto yo sola. Solita, conmigo y mi corazón, que aprendí a arreglarmelas así. Aprendí a no depender de nadie más, a poder con todo sin quejarme, sin echar culpas. Y eso no está mal, creo. Pero la peor consecuencia es que al día de hoy sólo soy capaz de pensar en mí. En mí dolor, mís angustias, mís problemas. Me cuesta tanto pero tanto incluir a alguien más. Darme cuenta que casi siempre sólo está queriendo ayudarme, que aunque pueda sola quizá sea mejor aceptar la mano que se me ofrece para levantarme.
Me cuesta medir las consecuencias de mis acciones, porque estando sola lo que sea que hagas no tiene onda expansiva que dañe, porque no hay nadie cerca a quién dañar.
Me cuesta aceptar que alguien depende de mí. Que dependo de alguien.
Me cuesta dejarme querer.
Me cuesta creer que ya no tengo que estar sola nunca más. Que la pesadilla terminó.
Me cuesta aceptar que puede que el sueño por fín comenzó.
Que ya no hay que pasar por nada más solas.
Ya no se trata de sobrevivir, sino de dejarse llevar y ser feliz.
Es como si fuera una carrera en la que te estás manteniendo enfocado, totalmente concentrado, y la cosa más tonta te hace tropezar. Un par te cordones desatados, una rama, una piedrita insignificante que tiró abajo no sólo tu cuerpo, sino todo ese esfuerzo. Todo a la basura, la carrera ya la perdiste y todo lo anterior se siente... en vano.
Me esfuerzo porque normalmente no me doy cuenta de las cosas más obvias, porque muchas (por no decir todas) las veces necesito que me digan qué está pasando. Qué está mal. Que se siente pesado. Que estoy haciendo para cagarla. Porque la cago, eso no tiene discusión pero nunca es con verdadera intención. Vivo tan al revés. Voy siempre tan a la contraria que supongo que muchas veces no sé como funcionan los demás. Y cuando algo sale mal, intento comprender, ponerme en otros zapatos. Y termino cagandola peor. Debería cerrar la boca.
¿Vieron que siempre estoy, permanezco, termino sola? Es triste darme cuenta que quizá sea porque no sé funcionar con alguien más. Es tal vez simplemente que me acostumbré tanto a ser solo yo que incluir a un otro puede traer daños colaterales. Daños que no quiero causar. Daños que causa todo ese tiempo que no tuve que pensar en nadie más que en mí. Es que a eso te lleva un corazón roto muchas veces: pensar solo en vos.
Pasé por tanto yo sola. Solita, conmigo y mi corazón, que aprendí a arreglarmelas así. Aprendí a no depender de nadie más, a poder con todo sin quejarme, sin echar culpas. Y eso no está mal, creo. Pero la peor consecuencia es que al día de hoy sólo soy capaz de pensar en mí. En mí dolor, mís angustias, mís problemas. Me cuesta tanto pero tanto incluir a alguien más. Darme cuenta que casi siempre sólo está queriendo ayudarme, que aunque pueda sola quizá sea mejor aceptar la mano que se me ofrece para levantarme.
Me cuesta medir las consecuencias de mis acciones, porque estando sola lo que sea que hagas no tiene onda expansiva que dañe, porque no hay nadie cerca a quién dañar.
Me cuesta aceptar que alguien depende de mí. Que dependo de alguien.
Me cuesta dejarme querer.
Me cuesta creer que ya no tengo que estar sola nunca más. Que la pesadilla terminó.
Me cuesta aceptar que puede que el sueño por fín comenzó.
Que ya no hay que pasar por nada más solas.
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