Intento no olvidarlo pero a veces me resulta tan pesado que quiero que el pensamiento desaparezca por completo. Cuando tengo días buenos, cuando estoy contenta y descanso al dormir, cuando mi cabeza no es un manojo de pensamientos sin ordenar, cuando el miedo y la preocupación no son una constante, ahí es cuando lo olvido. Olvido que también es parte de mí esa parte incontrolable que me tiene atada de manos y pies. No puedo escaparle, no puedo frenarla, no puedo hacerla desaparecer. Me consume, me atrapa, me recuerda que sigue en mí.
La angustia es el final, lo previo es lo peor. Uno tras otro los pensamientos se agalopan y me gritan, me gritan todo el tiempo en un volumen muy alto, tan alto que no puedo escuchar otra cosa. Todo está mal, todos te están atacando, todo está en tu contra. Sos insuficiente, sos inestable, sos insoportable. Nadie tiene ganas de bancar tus mambos, seguirte el juego, tenerte paciencia. ¿Quién querría? Si hasta vos estás cansada de vos misma, ¿Cómo no vas a cansar a los demás? Haces demasiado ruido, ocupas demasiado espacio, es que ¿Quién te entiende? No es válido lo que sentís si no podés explicarlo. A ver, ¿porqué estás tan mal? ¿Qué cosa tan grave te pasó? ¿Ninguna? ¿Entonces? Ni siquiera sos capaz de darte cuenta que nadie te quiere tanto como para bancarse tus lloriqueos una vez por semana. No es ansiedad, es que vos sos insoportable.
Entonces la angustia llega, justo después de estar todo un día con mi cabeza en mi contra, sin lograr que se quede callada. Y con la angustia llega también el llanto incesable, los temblores y calambres, la falta de aire en ocasiones, la sensación asfixiante que esto no tiene solución y nunca la tendrá. Que puedo estar mejor a veces, de a ratos, mientras lo que me pasa cotidianamente no active el mecanismo de defensa cruel que mi cabeza eligió para mí.
Dormir mal. Estar irritable. Sentir que si estuviera completamente sola nadie podría desestabilizar mi paz. Querer escapar, querer irme, a donde nadie me conozca, a donde no tenga que hablar con nadie. Quedarme encerrada en un huequito de una nueva casa, uno que no ocupe mucho espacio y en el que ya no tenga que relacionarme con nadie más que con mi gata.
Necesidad de escapar. De no llorar, no sentir asfixia, poder dormir bien. Que los pensamientos no me atormenten, que lo que sueño no me persiga hasta golpearme incansablemente.
Ya no quiero esto. No quiero.