El calor abrazador. Siento transpirada la espalda y la nuca,
el pelo pegoteado se me pega al cuello. Hay humo en todas partes, y el sonido
me ensordece. No escucho lo que me dice pero verlo junto a mí en aquella
situación hace que sienta una felicidad infinita. Una de mis canciones
favoritas suena, grito, levanto los brazos y pienso para mis adentros que me
había olvidado lo feliz que me hace ver una banda que me gusta en vivo. Me había olvidado
porque hace cuatro años que no iba a un recital, entonces ahora me pregunto
porqué dejé de ir en primer lugar.
Con cada paso que doy descubro cosas que me hacen feliz y de
las que en el ultimo tiempo me había alejado. ¿Por qué me hice algo así? Con lo
cruel que eso es: alejarme de las cosas que me hacen feliz.
El pensamiento me lo interrumpe un beso de quien tengo al
lado. Soy feliz al verlo sonreír porque nunca lo había visto tan feliz.
Estuvimos en una vereda sentados, tomando una birra y riendo por el humo,
hablando de cosas que no importan verdaderamente porque al estar juntos lo único
que me importa es eso: estar juntos.
Y a la noche siguiente el ritual se repitió con otro de mis
grandes amores, con quien hace 4 años compartir algo así hubiera sido impensado
pero que hoy es una realidad, y a penas puedo describir la felicidad que me provocó
que ella, mi copiloto de ruta de la vida entera, compartiera conmigo una de las
cosas que más me gustan en el mundo.
En una de las flashadas que me pegué este finde hermoso
pensé en que estaba retornando a mí. Que hoy estoy más cerca que nunca de la
Jaqui más auténtica. Estoy cada vez más cerca de mi esencia. Un recital, la
música, mi amor, mi mejor amiga, todo me acercó a lo que siempre fui y un poco
había perdido, y estoy tan feliz por eso.
Estoy más cerca de lo genuino, de lo simple, de lo que me
hace realmente feliz. Más o menos hippie, más o menos careta, más o menos adulta.
Más mía que nunca.