lunes, 15 de octubre de 2018

Cumpleaños 23

  El sábado fue mi cumpleaños numero 23 y entre tanta gente, tanto amor y tanta fiesta, amiga-intensa dijo: "festejás porque este año estás siendo feliz, ¿no?"
  No pude aceptarlo frente a ella porque a mi la felicidad me da terror, y tengo esa cosa inconsciente de negar las cosas simplemente porque entregarme a aceptarlas abre la puerta a que puedan llegar a terminar. Pero igual la pregunta me quedó dando vueltas por la cabeza y tres días después (en el ratito libre que encontré) necesité escribirla. Pensarla. Analizarla. Como me gusta hacer con todo, ¿no?
  La última vez que festejé un cumpleaños fue en el 2011. Cumplía 16, y quise hacer una fiesta (como este año, ¿casualidad?). La diferencia es que en ese momento la hice sólo porque quería ver a quien tiempo después fue mi primer amor. ¿Se imaginan? Organicé una fiesta sólo por un chico, que idiota. Más si tenemos en cuenta que poco después me rompió el corazón en mil pedazos, y dio lugar a la Jaqueline que no quiso volver a festejar un cumpleaños nunca más en su vida.
  La última vez que festejé un cumpleaños el mundo me parecía un lugar hermoso. Estaba enamorada de un idiota, podía ir a comer a mc donnalls con Aylu y era tan ingenua como para creer que tenemos la vida y los buenos momentos asegurados.
  Después de la ultima vez que festejé mi cumpleaños la vida me golpeó tanto que no me quedaron ganas de festejar más nada. Y por mucho tiempo convencí al resto del mundo con que para mí era "una fecha más". En realidad lo era, pero no me daba cuenta que en realidad estaba bastante rota y festejar me parecía algo bastante inútil. El mundo iba a seguir siendo una porquería.
  Me convertí en bolsa de boxeo porque la vida no se conformó con un solo golpe, sino que lo hizo una y otra vez, sin cesar. Me robó amigas, amores, familia, alegrías y hasta a mi misma, porque de tanto perder todo lo demás, terminé perdiéndome a mi misma. Y casi no vuelvo. Pero aunque me costó bastante, también empecé a ver que al igual que llega el dolor, llegan las cosas buenas. Y como hubo muertes, llegaron nacimientos llenos de luz. Y de abrazos. Y de un amor con patas que me dice "tia te amo".
  Llegaron amigos nuevos, llenos de amor y apoyo incondicional. Llegó el amor por una profesión y por sobre todo, las ganas de seguir. Cada día, a pesar de todo. Y cuando por fin me encontré otra vez, el amor más grande que nunca hubiera imaginado llegó a abrazarme. Y volví. Sonreí, reí a carcajadas. Entendí que por más rota que esté, festejar siempre es necesario. No se festeja porque no exista dolor, sino porque a pesar de él sigue habiendo razones para estar firme y fuerte.
  Termino mi cumpleaños como tantos otros, sabiendo que tengo la gente correcta a mi lado. Que tengo gente que me ama como soy, con todo. Que me banca, me ayuda y se alegra de que sea feliz otra vez a pesar del dolor.
  Y ahora resulta, después de 7 años, que festejar fue casi tan perfecto como en aquel momento, pero mejor: porque ahora sé lo que significa el dolor y ya no le tengo miedo.